Me gusta mirar a los ojos, leer en los ajenos y dejar que buceen en los míos. Pero a veces hay que esconder la mirada detrás de un velo de pelo o debajo de unas pestañas para lograr ocultar lo que nos ocupa el corazón. El dolor, o el amor, se escurre por la pupila, se derrama y quedamos desnudos y expuestos. Entonces es mejor girar la cabeza, bajar los párpados y recuperar la serenidad antes de mirar de frente nuevamente.
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