Las flores siempre me han sorprendido por su paciencia. Esperan, esperan, esperan. Y en cuanto nace el sol y las noches se acortan, invierten toda su energía en lucir magnificas unas horas, o unos días, esperando temblorosas la visita de una abeja, de una mariposa, o de una cálida brisa que acaricie su corona de pétalos y asegure la siguiente generación. Entonces se marchitan, se caen, se duermen. Se vuelven hacia dentro y esperan, esperan, esperan.
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